En el 63, Mari Bava estaba en pleno apogeo de éxito con sus personalísimos giallos, donde las protagonistas de sus películas eran acosadas implacablemente por el asesino misterioso de turno. La sangre y el sadismo, la tensión constante en las persecuciones (preferiblemente nocturnas y por calles oscuras y solitarias, o en casas alistadas e igualmente vacías) eran la nota recurrente siempre, además de un uso estridente del color con intensos azulados nocturnos y rojos estridentes que eran usados como obvia simbología de la sangre, muy abundante, que inevitablemente acabada ofrendando la desvalida señorita elegida por el asesino.
Eran (son) películas hechas para disfrutar, dando rienda suelta a los instintos más reprimidos del espectador. ¡Qué susto más rico!, se podría decir. Bava fue el creador de un género que tuvo infinidad de seguidores. Darío Argento puede ser su más aventajado alumno, pero estaban también directores como Lucio Fulci, Umberto Lenzi y otros que no se quedaban cortos. En España, el género arraigó con fuerza y tuvimos también grades películas adscritas al modelo giallo, con directores como el argentino León Klimowskly, Lara Polop o José Ramón Larraz, entre bastantes más.
El cartel de La muchacha que sabía demasiado es lo bastante ilustrativo.
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